El paso de hominoideos primitivos a seres del
género Homo tiene que ver con el desarrollo
de habilidades de modificación del entorno: construcción de herramientas, dominio
del fuego, cooperación y división del trabajo etc. Pero estas actividades necesitan
de un lenguaje con el que la transmisión de experiencias de haga al margen de la
herencia genética a través de una memética cultural.
Los sapiens cuentan con un desarrollo muy
acusado de las áreas temporales y prefrontales relacionadas con el
procesamiento de la comunicación verbal y las tareas semánticas. Cabría
sustentar en el desarrollo de tales áreas las especulaciones acerca del origen
del lenguaje.
-
Tobias
ha venido defendiendo una expansión temprana de estas áreas. Comparando los
endocráneos de Homo habilis con los
de Australopithecus africanus, Tobias
detectó no solo un desarrollo de las áreas de Broca y Wernicke sino también del
lóbulo frontal, que anticiparía el incremento de volumen de esa zona en los
homínidos de grado erectus.
o
Más
allá de los indicios extraídos de los moldes endocraneales, apenas puede
decirse nada que no sea en términos especulativos. Lieberman sostiene que el habilis tendría, en el mejor de los
casos, un lenguaje no totalmente moderno mientras que Tobias cree en una
creciente complejidad en los aspectos conceptual y sintáctico, junto con una
ampliación en el tiempo del repertorio de fonemas. Todas estas etapas entrarían
dentro de lo que cabe considerar como “lengua humana hablada”.
-
Holloway,
Jerrison, Falk y Tobias indican la presencia de dos fronteras en la evolución de
la complejidad cerebral.
o
La
primera, la aparición en Homo habilis
de una organización neurológica “esencialmente humana”.
o
La segunda,
un continuo y rápido aumento del índice de encefalización dentro del género Homo.
Wynn sostiene,
que las capacidades cognitivas dieron un salto brusco con Homo erectus, hasta el punto de atribuir a esa especie una capacidad
para manejar datos diversos procedentes del medio, construyendo representaciones
complejas del mundo, que sería incluso mayor que la nuestra.
-
Aiello
y Dunbar (1993) buscan una evidencia medible, como el tamaño cerebral, para
rastrear el origen del lenguaje. La conclusión apunta a las primeras fases del
género Homo como protagonistas de la
aparición del leguaje, con un rápido incremento en la segunda mitad del
Pleistoceno Medio, dentro del grado erectus.
Establecieron una relación entre el tamaño de la corteza cerebral con
respecto al resto del cerebro, el número de individuos que forman los grupos y
el tiempo dedicado a la interacción social. En grupos muy numerosos (se supone
que los grupos de habilis pudieron
ser de más de 100 individuos) la jerarquía y el liderazgo ayudan a conservar la
unidad; entonces resulta indispensable cierta complejidad en la comunicación.
o
Robert Martin
(2000) supone una escasa diferenciación sexual en el Australopithecus africanus y por ello cree que se sobreestimó su
tamaño corporal, de modo que el incremento de encefalización se daría ya en
esta especie, posiblemente relacionado con la actividad locomotora y la
búsqueda de un tipo diferente de alimentos a su vez relacionados con las
necesidades de un cerebro en expansión.
o
Frank y
colaboradores (2000) comparando los endocráneos de diferentes especies de
parántropos y los de Austraopithecus africanus
dan una idea de la evolución cerebral parecida a la de Martin, apoyando la
hipótesis del Australopithecus africanus
como un ancestro del Homo
-
Semendeferi
y Hanna Damasio (2000) compararon en distintos hominoideos los volúmenes
relativos de tres áreas cerebrales, la frontal, la temporal y la
parieto-occipital (definidas por el sulcus central y la fisura de Silvio) para
concluir que en ninguna de las tres existe una expansión extraalométrica en
nuestra especie. Tenemos el área frontal que corresponde al tamaño de nuestro
cerebro. Para Semendeferi, Hanna Damasio y Frank, tanto el tamaño del lóbulo
frontal como la distribución de sus sectores es muy parecida en los monos, en
los simios y en los seres humanos. La evolución del linaje humano implicó un aumento
en el tamaño cerebral, pero no un desarrollo relativo del lóbulo frontal que se
supone interviene en algunos procesos importantes para el lenguaje como son el
pensamiento creativo, la planificación de acciones futuras, la expresión
artística, o el análisis semántico. Nuestra área frontal es, en términos
relativos, la que corresponde a un primate con un cerebro de nuestro tamaño y
solo el gibón tiene un área frontal menor en términos alométricos. La
conclusión es que las modificaciones evolutivas del córtex frontal son
anteriores a la separación chimpancés-humanos, así que las diferencias
cognitivas entre simios y humanos no pueden estudiarse de esta manera.
o
El
estudio de Rilling e Insel (1999) indica en contra de lo anterior que la
girificación es, en términos generales, alométrica en los hominoideos: cuanto
más grande es el cerebro, más girificado está el córtex. Pero en las secciones
longitudinales horizontales Rilling e Insel detectaron una girificación
extraalométrica en la “rebanada” que corresponde en gran parte al córtex
frontal y prefrontal en Homo sapiens.
Eso indica que el desarrollo último del lenguaje, la capacidad estética y los
juicios morales puede tener que ver con esas áreas. Zeki (1999) sugiere que el
arte pictórico podría deberse a ciertos cambios producidos en las mismas áreas
visuales, es decir, en la zona occipital del cerebro.
o
El
estudio comparativo de Falk y colaboradores (2000) indica una medida relativa
igual para el lóbulo central en humanos actuales, gorilas y chimpancés, pero
con diferencias significativas a favor de los humanos en algunas subregiones
del lóbulo central. Esto quiere decir que el lóbulo frontal humano se ha
reorganizado en comparación con el de los grandes simios africanos. Los lóbulos
frontales de los parántropos muestran una forma tipo-simio mientras que la
expansión frontal y temporal de Australopithecus
africanus se acerca más a Homo.
Será necesario
disponer de estudios más detallados para localizar de forma precisa las
funciones cerebrales que intervienen en los procesos cognitivos relacionados
con el habla antes de poder decir la última palabra.
Así por ejemplo, Iain
DeWitt y Josef P. Rauschecker (2011) han comunicado que tras analizar 115
estudios de resonancia magnética funcional y tomografía por emisión de
positrones, el procesamiento del habla se produce en una nueva área unos 3 cm
más cerca de la parte frontal del cerebro que el área de Wernicke, al otro lado
de la corteza auditiva. Esta nueva ubicación parece concordar con la
recientemente descubierta área en primates no humanos, lo que sugiere que el
origen del lenguaje entre primates y humanos es más cercano de lo que se creía.
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