Enlazo el cuaderno de estrategia nº 141 del Ministerio de Defensa de España.
http://www.ieee.es/archivos/subidos/CE/CE_141_Inteligencia.pdf
La introducción, de Carlos Villar Turrau, resume el contenido del cuaderno:
Hace algunas semanas tuvo lugar el quinto aniversario de la cadena de
atentados que en marzo de 2004 sacudieron a España y al mundo, y que
se saldaron con doscientos muertos y un millar de heridos. No han sido
los únicos hechos de esta categoría, ni los más terribles. Muchos otros
países han sufrido ataques similares, y puede darse por hecho que en el
futuro habrá más.
Todo ello viene a recordarnos que el terrorismo yihadista, origen de los
ataques citados, es un desafío en toda regla a nuestra seguridad, no solo
en nuestro propio territorio o en el de aquellos países en los que despliegan
nuestras Unidades en misiones de paz y seguridad, sino, en realidad,
en cualquier lugar del mundo: recuérdese que, no hace mucho, una delegación
española encabezada por la Presidenta de la Comunidad de
Madrid se vio atrapada en un ataque terrorista llevado a cabo en Bombay
por un grupo, al parecer, conectado con el movimiento yihadista.
El terrorismo de esta naturaleza es un fenómeno complejo que explota
con gran flexibilidad los descontentos existentes en diferentes comunidades
musulmanas en pos de la consecución de sus propios fines. Dada la
ambición de éstos y la difícil solución que tienen muchos de aquellos, es
evidente que estamos ante un fenómeno que va a ser duradero. Es preciso
por lo tanto analizarlo con detalle para saber a qué hemos de enfrentarnos.
Un primer examen pone de relieve algo que por otra parte resulta obvio
para cualquier observador, y es la gran diferencia (o asimetría, por emplear
el término en boga) que existe entre los dos actores del enfrentamiento: el
grupo terrorista por un lado, y el Estado por el otro. Y en ningún ámbito
aparece más patente la diferencia que en el relativo al empleo de la violencia
por el primero y de la fuerza por el segundo.de la violencia
por el primero y de la fuerza por el segundo.
El terrorista yihadista constituye una clara minoría dentro de la sociedad
en la que vive y de la que procura no diferenciarse. Esa sociedad no
es probablemente más proclive a la violencia de lo que pueda serlo la
nuestra, por poner un ejemplo, y el terrorista ha de movilizarla o, al menos,
ganarse su aceptación pasiva. El uso de la violencia es uno de los instrumentos
que emplea para legitimarse ante esa sociedad, haciendo ver la
seriedad de su propósito. A ella, pues, se dirige el terrorista en primer
lugar con su violencia. Su lucha para ganar legitimidad mediante atentados
se libra en buena parte en el terreno mediático empleando una mezcla
dispar de medios que une la modernidad de Internet con el aparente primitivismo
del suicida que se inmola para matar. Ni qué decir tiene que,
dada la altura de miras que atribuye a la causa por la que lucha, ningún
escrúpulo moral limita el daño que intenta causar.
Muy diferente es la situación del Estado en lo que al uso de la fuerza
se refiere. Sobre todo si se trata, como es el caso de España, de sus
socios en la Unión Europea y de sus aliados de la alianza atlántica, de
Estados democráticos de derecho: el uso de la fuerza les deslegitima en
la medida en que no puedan convencer a la opinión pública de que lo
hacen justificadamente y de que la emplean con precisión y sólo en la
medida necesaria. Este hecho, y la propia naturaleza de la lucha contra el
terrorismo, hacen ineficaz el empleo convencional de la fuerza como único
recurso para enfrentarse al yihadismo. De aquí nace, por cierto, el renacido
interés que hoy existe en los ejércitos occidentales por las teorías
que sobre la guerra insurreccional o de guerrillas se elaboraron durante los
años 60, al hilo de las guerras de descolonización; teorías que durante
cerca de medio siglo se habrían visto relegadas a un segundo plano por
una visión del conflicto armado más convencional y orientada a la tecnología,
pero que la evolución de los conflictos de Irak y Afganistán ha traído
de nuevo a un primer plano.
De todo ello se deduce la importancia de combinar un empleo medido
de la fuerza militar allí donde ésta es necesaria, con otras variadas formas
de actuaciones que van desde las puramente policiales hasta las diplomáticas,
pasando por las orientadas al desarrollo político y económico del
grupo social en el que haya anidado el terrorismo. Una de las más importantes,
porque orienta a las restantes, es la inteligencia. Si esta es importante
en todo conflicto, más aún lo es en el que aquí nos ocupa. Las razones
son varias: nos enfrentamos a un adversario poco definido; sus
motivaciones nos resultan casi siempre ajenas; su lenguaje nos es desconocido,
salvo excepciones; sus códigos de comportamiento no son los
nuestros, y sus formas de actuación nos resultan extrañas y nos repugnan
en muchos casos.
De ahí la pertinencia de este Cuaderno, que analiza el papel vital que
juega la inteligencia frente al terrorismo yihadista. En él se dan cita cuatro
de nuestros mejores especialistas del mundo universitario y un cualificado
representante del propio Ministerio de Defensa. Partiendo solo de fuentes
abiertas consiguen entre todos darnos una visión detallada de ambas
cuestiones, construida desde una óptica fundamentalmente española y
solo limitada por la propia extensión del Cuaderno. Tal y como queda
reflejado en el índice, el esquema lógico que se ha seguido consiste en
analizar en primer lugar el terrorismo yihadista para explicar después el
papel de la inteligencia en la lucha contra el mismo.
El profesor D. Rogelio Alonso abre el primero de los trabajos con una
explicación de los rasgos distintivos de esta clase de terrorismo que sirve
de introducción al conjunto del Cuaderno, para analizar a continuación los
procesos de radicalización y reclutamiento que lo alimentan. Se trata de
dos aspectos básicos del fenómeno puesto que tratan de responder a una
pregunta que es clave: ¿cómo se genera un yihadista? Pese a ello, son
procesos poco estudiados y tardíamente incorporados a las estrategias
antiterroristas pues, como el profesor Alonso nos recuerda, en Europa el
Consejo solo lleva a cabo esta incorporación el 25 de marzo de 2004, es
decir, tras los atentados de Madrid.
A juicio del autor, estos procesos se apoyan en una ideología —la neosalafista—
que justifica la violencia más brutal; en la socialización en el
odio que se produce en determinados entornos; en una propaganda que
presenta al terrorismo como un instrumento necesario, eficaz y honorable,
y en la influencia de algunas figuras carismáticas que actúan como referentes.
Quizás nada resuma mejor estas tesis que la cita que el profesor
Alonso recoge del sirio Setmarian: «El terrorismo es un deber y matar, una
regla. Todo joven musulmán debe convertirse en terrorista». Frente a todo
ello propone una estrategia orientada a la prevención y a la contención,
basada en una batería de medidas entre las que destacan el esfuerzo para
integrar en la cultura democrática a los grupos susceptibles de generar
radicalismo, con especial atención a la segunda y tercera generación de
inmigrantes; las iniciativas educativas y culturales que se opongan a la
intolerancia y al fanatismo propios de estos grupos; y, por último, la presión
contra las redes de radicalización y reclutamiento, que ha de ser policial
y judicial pero debe extenderse a ámbitos como las prisiones o Internet.
Todo ello, sin olvidar el papel y la responsabilidad que corresponde a
los medios de comunicación social en una lucha que, como ya se ha
dicho, es en buena parte mediática.
En el segundo de los trabajos, el profesor D. Javier Jordán describe la
estructura y el funcionamiento de las redes yihadistas en Europa, centrando
su estudio en las de la actual «tercera etapa». Con esta denominación nos
recuerda que el yihadismo tiene tras de sí una larga historia, a lo largo de la
cual ha evolucionado; y que hoy ya no nos enfrentamos a los grupos nacionales,
homogéneos y reducidos, propios de la primera etapa, sino a organizaciones
mayores y más numerosas, que cooperan frecuentemente entre sí
y que no dudan en atacar objetivos específicamente europeos.
Empleando la metodología del análisis de redes sociales, junto con
abundantes ejemplos reales que analiza con gran detalle, el profesor
Jordan distingue dos grandes clases de redes: las que están integradas
en organizaciones superiores y las que denomina redes de base, que no
lo están. Las primeras responden al modelo adhocrático, que, como nos
recuerda el autor es la antítesis de los modelos weberiano y taylorista de
organización, que son, por cierto, aquellos en los que estamos acostumbrados
a movernos y a trabajar; se consiguen así organizaciones terroristas
particularmente flexibles y dinámicas. Las redes de base, por su parte,
no están coordinadas por escalones superiores, pero sí influidas por ellos.
Pese a su menor tamaño, no cabe dudar de su eficacia: los atentados del
11-M en Madrid fueron obra de una de ellas. En sus conclusiones, el profesor
Jordán pone de relieve el hecho de que pese a las dificultades aparentes,
los servicios de inteligencia pueden actuar contra estas redes
basándose en sus puntos débiles: la escasa cualificación de sus recursos
humanos, producto de los sistemas de selección seguidos y de la ausencia
de formación sistemática, entre otros factores; y su necesidad de interactuar
con el entorno, que hace posible aproximarse a las redes yihasdistas
a través de otras más accesibles (redes de delincuencia común; redes
sociales en torno a mezquitas, en entornos carcelarios, etc.).
Tras este análisis de la estructura de las redes terroristas, el Cuaderno
estudia uno de sus métodos de actuación más característicos: las misiones
suicidas. A ellas está dedicado el tercero de los trabajos, en el que el
profesor D. Luís de la Corte examina la evolución y características de las
misiones suicidas que pudiéramos considerar tradicionales, como de las
que tienen lugar en fechas más recientes bajo la impronta del yihadismo
salafista y de Al Qaida. De acuerdo con su análisis, los atentados suicidas
de origen islamista representaban el 24% del total durante la pasada
década; en la actual, los cometidos por grupos de inspiración salafista
total o parcialmente identificados con el proyecto de Al Qaida ascienden
al 70%. Esta organización, que los emplea desde su inicio, se ha caracterizado
por no limitarlos a ninguna región concreta del mundo, buscar victimas
civiles occidentales y judías en países no musulmanes, alcanzar
niveles inéditos de letalidad y resonancia mediática, seleccionar objetivos
con una alta carga simbólica y desarrollar una eficaz labor propagandística
en torno a los atentados.
Los ataques suicidas siguen siendo un medio muy útil para el terrorismo
yihadista, y un medio barato y fácil de usar. Cierto es que para disponer
de terroristas suicidas han de darse las circunstancias adecuadas:
no bastan los procesos de radicalización y reclutamiento previamente
estudiados; ha de haber —y debe cuidarse— lo que el profesor de la
Corte denomina una «subcultura del martirio», que ya existía en ciertos
entornos desde el siglo pasado pero que al Qaida ha revitalizado; han de
darse también determinadas condiciones sociales y, sobre todo, psicológicas
en el futuro suicida: en particular, éste debe interiorizar una visión
heroica y enaltecedora de su futura acción y ha de sentir una aguda necesidad
de trascendencia social. Partiendo de estos rasgos y del resto de
las características de esta clase de misiones, el profesor De la Corte propone
a los servicios de inteligencia el escrutinio constante de una serie de
indicadores de ataques suicidas para contribuir así a desarrollar una respuesta
especifica contra los mismos.
Analizado ya el terrorismo yihadista desde la perspectiva de este Cuaderno,
sus dos últimos trabajos abordan el papel que frente a él juega la
inteligencia. En el primero de ellos, el profesor D. Diego Navarro examina
la que puede obtenerse de fuentes abiertas, para, a continuación, y visto
el uso intenso que de la misma hacen los grupos terroristas, alertarnos
tanto sobre nuestra llamativa vulnerabilidad en este campo, como sobre
las posibilidades de actuación que nos brinda. Para ello, analiza en primer
lugar lo que es y lo que representa actualmente, incluso para los servicios
oficiales, la inteligencia de fuentes abiertas, que en los países occidentales
es muy abundante, además de fiable y barata. Ante la imposibilidad
práctica de acudir a otros medios más complejos, como serían la inteligencia
de señales o la de comunicaciones, entre otras, es lógico que el
yihadismo haga un uso preferente de las fuentes humanas y de las abiertas.
Como el propio autor reconoce, existen técnicas que nos permiten
explotar esta dependencia, pero su utilidad no es la misma en el nivel
estratégico que en el operacional o en el táctico, donde también las
emplean los terroristas.
Por otro lado, el profesor Serrano expone también su preocupación
por el uso que el terrorista, real o potencial, puede hacer de una clase
especial de información abierta: la que es susceptible de obtenerse en
nuestras Universidades, un entorno particularmente abierto a la discusión
y al intercambio de conocimiento que además, gracias a sus especiales
características, puede dar cobijo a grupos terroristas capaces de vivir y
desarrollarse en su seno hasta el momento en que decidan actuar.
En el último de los trabajos del Cuaderno se analiza el papel que
juegan los servicios de inteligencia en la lucha contra el terrorismo yihadista
y en los retos a los que se enfrentan. Su autora, la analista Dña.
María de los Ángeles López, pertenece al Ministerio de Defensa, y, en consecuencia,
su estudio está fundamentalmente orientado hacia las actividades
y perspectivas del Centro Nacional de Inteligencia. Su trabajo se
inicia con una descripción del escenario internacional en el que tiene lugar
la lucha contra el yihadismo, y de los instrumentos y medios empleados
en la misma; a este respecto, cabe destacar la importancia que atribuye
al uso de Internet y a los medios de comunicación. Esta importancia, ya
señalada al comienzo de esta Introducción, queda recogida con toda claridad
en la cita que la autora hace del propio Ayman Al-Zawahiri: «Os digo
que estamos librando una batalla y más de la mitad del combate se libra
en el campo de batalla de los medios de comunicación».
Entrando ya en la lucha contra el terrorismo, la autora recuerda las tres
funciones que en ella desempeñan los servicios de inteligencia (preventiva,
investigadora y de apoyo), reconoce la prioridad que en la citada
lucha tienen las fuentes humanas y explica los cambios a los que han
debido hacer frente los servicios de inteligencia al tener que combinar su
trabajo tradicional, mas orientado hacia el medio y largo plazo, con el que
exigen las meras tareas de seguridad en el corto plazo. Todo ello se ha traducido
en la necesidad de acometer cambios estructurales en los citados
servicios, tanto en España como en nuestros socios y aliados, y a una
mayor cooperación entre todos ellos.
Especialmente interesantes resultan las consideraciones que la autora
hace en torno a dos aspectos concretos de la lucha antiterrorista: su
marco legal y su incardinación en una estrategia de seguridad nacional.
Respecto del primero, es sabido que, al menos durante los mandatos del
presidente Bush, Estados Unidos se consideraba en guerra contra el
terrorismo yihadista, en tanto que España —como el resto de nuestros
socios europeos— tenía al terrorismo por un crimen; es evidente que esta
diferencia de enfoque condiciona las actividades concretas antiterroristas
y entre ellas las de los servicios de Inteligencia. En cuanto a la estrategia
de seguridad nacional, entendida ésta de manera amplia, su necesidad es
evidente y constituirá el marco integrador de los esfuerzos de cuantos trabajan
en alguno de los múltiples aspectos que engloba ese concepto,
entre los que sin duda figura la lucha contra el terrorismo yihadista. Quizás
sea ésta la razón por la que la propia ministra de Defensa anunció su próxima
elaboración cuando compareció ante la Comisión de Defensa del
Congreso, el pasado veinticinco de noviembre, para informar acerca del
proyecto de nueva Directiva de Defensa Nacional.
sábado, 28 de noviembre de 2009
La inteligencia, factor clave frente al terrorismo internacional
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